Tuesday, February 22, 2011

Ciro Art: el súper héroe que toda metrópolis necesita


Por el puro placer de la ficción.
Conocí a Ciro Art en 1965, en una escandalosa fiesta ofrecida por Warhol en The Factory. Estaba sentado en la misma mesa de Arturo Cuenca. En la de al lado, Jean Michelle Basquiat –nadie lo sabe pero, en realidad no murió nunca, se fue a vivir a La Habana y se cambió el nombre a Nicolás Lara- se entretenía en darle vueltas a un trago y mirar perdidamente al infinito. Así como pocos saben que Warhol y Alicia Alonso han sido siempre la misma persona. 
Ciro Art vestía un traje blanco y rojo que remedaba al de Superman. En el centro, en una imitación descarada del logotipo de la Coca Cola, lucía su emblema de súper héroe. Al principio pensé que estaba loco. 
En esa época, Warhol, preocupado sobremanera por el triunfo de los artistas cubanos de la postvanguardia, solía recogerlos a todos y ponerlos a trabajar junto a él, en un intento desesperadamente norteamericano por apropiarse de lo diferente y novedoso e institucionalizarlo, no fuera a ser cosa de que se le volviera en contra y le arrebatara su estatus de “prima ballerina absoluta” de las artes plásticas.
Luego de esa noche no los vi más. Ni a Cuenca, ni a Nicolás Basquiat, ni a Warhol ni a Ciro. Del último volví a tener noticia muchos años después, cuando las calles del mundo comenzaron a llenarse de vallas y letreros que reproducían su logotipo, reinterpretación del de la Coca Cola y que, con las mismas letras, rezaba: Ciro Art. Entendí que algo importante estaba comenzando a suceder pero no fue sino cuando vi, desde mi balcón en Caracas, la señal proyectada en el cielo, al mejor estilo Batman, que caí en cuenta de que finalmente las cosas estaban cambiando. El súper héroe que toda metrópolis necesita, acababa de hacer su primera aparición pública internacional. En medio de un mundo cada vez más caótico, brillaba pop una suerte de esperanza. Pandora abría la caja por infinitésima vez. 
Por el puro placer de la realidad.



La verdad es que a Ciro Art, personaje tras el que se encubre el artista plástico cubano Ciro Quintana, no le conozco sino a través de su obra. Una obra que bebe de diversas fuentes de la tradición de las artes plásticas. Cada dos o tres días me enfrento a una nueva producción, publicada en la red social de Facebook y donde Ciro Art-Quintana me etiqueta para regalarme el deleite de ver reunidos, en un mismo espacio pictórico, el discurso del Pop Art –al mejor estilo Lichtestein- la escuela Romántica Francesa, el Kitsch y algo que no sé muy bien qué es y que me recuerda profundamente a los dibujos de las marquillas de tabaco, que tanto me gustaban en la infancia. Todo ello mediado por un cubanísimo sentido del humor donde el oficio del pintor pierde sus decimonónicos vestigios de tormento y se dedica a ser gusto, disfrute de traducir el mundo –exterior e interior- a formas y colores.
En ese sentido, Ciro Art es un antropófago, al mejor estilo de los modernistas brasileros. Deglute tradiciones visuales y las transforma en posibilidades propias, en maneras de decir que conciernen exclusivamente a la memoria colectiva de su pueblo y a su propia huella, a sus límites de ser humano arrojado al mundo. La apropiación postmodernista –los cubanos se la pasan en eso- se convierte en herramienta para crear un discurso que, a través de una maravillosa factura, nos habla, a un mismo tiempo, de lo terrible y divertido de estar aquí. Y así una bellísima “Juana la cubana”, de rostro casi Pre-Rafaelista, le llora a su amor perdido como si de un bolero se tratase o naufraga “La balsa de la Medusa” en una piscina en Coral Gables. 
Hijo de la tradición inaugurada por Raúl Martínez, la estridencia de sus colores me hablan de un Pop tropical, de un Pop mediado por el sol inclemente del verano. Aquí y allá, en los cuadros e instalaciones, fragmentos de situaciones y formas diversas  se reúnen y estallan para componer un espacio pictórico cifrado en el caos, donde cada pequeña cosa es un universo digno de ser atendido. No hay para su obra una lectura única, mi mirada recorre cada una de sus producciones en direcciones diferentes y, ante cada pequeña forma, ante cada pequeño signo, me detengo a descubrir que la idea de la pintura como una zona cerrada, inamovible, estática, hace mucho tiempo está obsoleta. Si hay algo extraordinario en las creaciones de Ciro Art –y entre muchas otras cosas- es, precisamente, su capacidad de movimiento. Creaciones que son como collages, donde las partes son un todo que, a su vez, hacen totalidad.
Ahora le ha dado por inventarse una señal, un logotipo. Remedo del de la Coca Cola, pone en letras similares “Ciro Art”. La primera vez que lo vi –hace ya un par de meses- fue en un cuadro, proyectado, al mejor estilo “Batman”, sobre los contornos de una ciudad incierta que es todas las ciudades. La obra se titula “Metropolis needs a superheroe”. Luego, a través del Photoshop y diversas herramientas visuales, el logo ha ido extendiéndose a la portada de la revista “Times”, a las vallas de la ciudad e incluso ha ido a parar a las manos de John Lennon y Yoko Ono. Y entiendo entonces que la pintura, que las artes, que las creaciones son, más que un oficio, una posible manera de soñar.
Allí, en lo que hacemos, las posibilidades de lo que queremos ser y hacer, quedan abiertas y descubiertas. Ciro me dice que no es Postmodernismo, sino “Postjodernismo” (intraducible en cualquier otra idioma que no sea el español). Y me conmueve profundamente la idea de que hacer arte haya dejado de ser, en sus manos, un acto de profunda seriedad para convertirse en una manera de resguardarse de la durísima intemperie del mundo, de resguardarnos también a nosotros. De desmitificar la idea de “artista”.
Sí, Ciro Art, el súper héroe que toda metrópolis necesita. Un super héroe artista plástico, uno que lucha contra la injusticia a través de un oficio cada vez más desprestigiado en aras de nuevos lenguajes visuales; un oficio viejo que, sin embargo, sigue siendo una de las más exquisitas maneras de re-presentarnos el mundo, de mostrárnoslos en una dimensión antes no vista y que se hace presencia en la obra; que nos habla de posibilidades hasta entonces invisibles. No sé si sea capaz de salvar vidas o de salvar conciencias pero, en medio del ostracismo y del ruido existencial al que nos somete el siglo XXI, sus travesuras nos hacen reír, nos brindan descanso. Y eso, ya es suficiente para una vida. 
Kelly Martínez
En Caracas, en el 2010

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